Ah, las herencias. Esa maravillosa tradición de dejar el legado de una vida de arduo trabajo… o, en muchos casos, de dejar el caos suficiente para que la familia se destruya sin necesidad de terapia grupal. Porque, queridos lectores, si hay algo más eficaz que una bomba nuclear para acabar con la armonía familiar, es un testamento mal hecho (o peor, inexistente).

México y su fascinación por el «aquí nos arreglamos después»

En nuestro querido México, solo el 6% de la población realiza un testamento, según datos de la Secretaría de Gobernación. Esto significa que el otro 94% confía en que sus herederos serán lo suficientemente civilizados como para compartir el rancho de la abuela sin pelear. Sí, claro, porque si algo caracteriza a las reuniones familiares, además de los tamales, es la calma y el consenso.

Resulta que más de 70% de los juicios testamentarios terminan en conflictos que pueden durar años. Por supuesto, a los abogados esto no les molesta en lo absoluto. De hecho, algunos hasta deberían enviarle flores a quienes mueren sin testamento, como una forma de agradecerles por generar empleo en el gremio.

Los abogados: ángeles en traje (o demonios, según quién herede)

Y aquí es donde entran los abogados. Son como esos primos distantes que aparecen cuando hueles a dinero, pero con la diferencia de que ellos al menos saben cómo dividir un patrimonio sin acabar con la vajilla de la bisabuela en mil pedazos. Los abogados son esenciales, no solo porque conocen las leyes, sino porque tienen la paciencia para escuchar frases como:

  • «Es que mi mamá siempre dijo que yo me quedaría con la casa.»
  • «Mi hermano ni siquiera la quería cuando estaba viva, ¿por qué habría de quererla ahora?»
  • «Eso del testamento es pura burocracia; mi tía abuela dijo que era mía.»

Un abogado profesional no solo hará que el proceso sea más rápido, sino que logrará que las partes involucradas se peleen de forma civilizada (al menos en público).

¿Por qué es tan complicado dejar todo en orden?

Quizá porque en México tenemos una relación muy interesante con la muerte: la celebramos, la cantamos y la pintamos, pero la posponemos tanto como pagar los impuestos. Nadie quiere pensar que algún día el mariachi tocará por última vez, y menos que la banda familiar necesitará un árbitro para decidir quién se queda con la camioneta del abuelo.

Sin embargo, un testamento no es solo un documento; es un gesto de amor. Sí, puede que no suene tan romántico como escribir poemas, pero ¿qué es más bonito que garantizar que tus seres queridos no se odien después de tu partida?

El testamento: una inversión (y no tan cara)

Un testamento en México puede costar entre $2,000 y $4,000 pesos durante el Mes del Testamento, dependiendo del estado donde vivas. Eso es menos de lo que cuesta una tanda de despensa en la tiendita, pero al parecer mucha gente prefiere invertir ese dinero en cosas más prácticas, como una televisión que la familia seguramente peleará después.

Consejo final: «Sé egoísta, piensa en ellos»

Si hay algo que podemos aprender de la muerte, es que la mejor manera de complicarles la vida a tus seres queridos es no hacer un testamento. Así que, si de verdad los amas, escribe uno. O, al menos, hazles el favor de buscar un buen abogado; después de todo, ¿qué sería de este mundo sin esos héroes de traje que cobran por hora y transforman las disputas familiares en poesía legal?

Porque, al final, dejar un testamento es como escribir una obra de teatro: tú decides el reparto, el drama y, si todo sale bien, quién será el protagonista del pleito. Y como decía Wilde:

“Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo.”
Así que vive, deja algo en orden, y no olvides al abogado. Él sí sabe cómo existir… y cobrar.